Dicen que un artista jamás parte, pues queda vivo en sus obras. Este es el caso de Yela Loffredo de Klein, entrañable ser humano, tan querida en la ESPOL, que seguirá latente en cada expresión artística que se fomente en nuestra institución, pues de ella germinó aquello que hoy es ya una tradición politécnica: el gusto por el arte.
La vida de Yela, reconocida artista y escultora guayaquileña, representó un homenaje a la cultura de la ciudad y el país. Uno de sus valiosos aportes, sin duda, fue el ser gestora cultural como directora del departamento de cultura de la ESPOL; cargo que ejerció desde 1979, durante más de 32 años. En esa época fundó los Lunes Culturales, que se convirtieron en un referente en Guayaquil, al ser una vitrina del trabajo de artistas de gran trayectoria, así como de nuevos talentos.
Su amor por el arte nació a temprana edad, con la escultura y, posteriormente, con el diseño de joyas. Entre sus obras más representativas están la Venus Valdivia y el Caballo Brioso, esculturas que Guayaquil admira en el parque lineal, a la altura de la plaza Guayarte, y a orillas del Estero Salado en el malecón, respectivamente.
Las obras de Yela Loffredo de Klein son una invitación a los sentidos y los sentimientos. Permiten admirar la belleza de formas que evocan lo cotidiano, figuras del cuerpo humano de hombres y mujeres en sus distintas etapas de vida, que nos cuentan una historia a través del talento de Yela.
Su arte la llevó a recorrer países como Argentina, México, Francia, entre otros; a más de hacerla merecedora del Premio Nacional Eugenio Espejo, a las artes plásticas, en 1999.
Como parte de su trayectoria fundó, junto a otros artistas, la Asociación Cultural Las Peñas en 1966; fue, además, directora del Museo Municipal de Guayaquil entre 1972 y 1976.
Quienes recuerdan con afecto a Yela caminando por los pasillos del campus Las Peñas en la ESPOL —a la que abrazó como su segundo hogar— la describen como una mujer carismática, apasionada y muy dedicada para poder ofrecer al público espectáculos de calidad. Para los artistas era un honor ser invitados de doña Yelita, como la llamaban de cariño.
Su vocación de gestora cultural multifacética, la llevó además a ser la mentalizadora del concurso de danzas folclóricas costeñas, que cada año se desarrollaba en la ESPOL. Desde entonces, y gracias a este influjo, el arte en nuestra institución busca siempre nuevas y distintas formas de expresión, siendo una parte importante de lo que distingue hoy en día a la cultura politécnica.
Las manos e imaginación de Yela permitieron que su obra quede inmortalizada a través de materiales como el bronce, marmolina, cobre y resina; sin embargo, una de sus más grandes obras es el amor por el arte que dejó en el corazón de los politécnicos y de todo un país.