Al cumplirse poco más de un año del inicio de la pandemia por COVID-19, y de la aplicación de las primeras medidas de confinamiento, ¿qué ha pasado con los animales que fueron avistados en entornos nuevos y pintorescos, al escasear la presencia de seres humanos y conmovieron al mundo a través de las redes sociales?
¿Y cuáles son los nuevos retos para seguir viviendo en armonía con la naturaleza?; interrogantes que se suman a la preocupación sobre el impacto que tendría en el ecosistema, la incorporación a nivel global y de manera masiva del uso de accesorios de protección como las mascarillas, creadas con material no biodegradable.
De modo que hoy 22 de abril conmemoramos por segunda vez el Día Internacional de la Madre Tierra en medio de una pandemia. Reflexionemos sobre qué aspectos de la nueva normalidad benefician a la tierra y qué nuevas amenazas al ecosistema han surgido.
Dos expertos politécnicos en Biología comparten su visión sobre estos temas.
Animales que extendieron sus áreas de vida
Por el impacto de las actividades antropogénicas de las ciudades, las áreas de territorio y de vida de los animales silvestres se han ido reduciendo con el tiempo. Pero, según el biólogo y profesor de la Facultad de Ciencias de la Vida (FCV), Paolo Piedrahita, ante el confinamiento en marzo del 2020, se extendieron estas áreas.
“Uno de los ejemplos más llamativos fue el del puma que se vio en Chile. Normalmente estos felinos con la contaminación de ruido se alejan porque no es lo normal para ellos en un ambiente natural. En ambientes marinos también se hicieron evidentes otras especies, por la disminución en el tráfico fluvial”, afirma Paolo Piedrahita.
En el caso de Ecuador, en algunos lugares se reportó la presencia del cóndor y del oso andino. Al comienzo de la pandemia esto se hizo más notorio, pero conforme se han ido retomando las actividades han disminuido los avistamientos, asegura el experto.
¿Es beneficiosa esta extensión para la naturaleza?
Algunos grupos que trabajan en la protección de animales proponen que en un futuro se retome esta experiencia de la cuarentena, para detener por unos días ciertos aspectos de la actividad humana. Algo similar a los movimientos globales como “la hora del planeta”, donde se promueve apagar las luces de los hogares en fechas y horas determinadas.
Son ideas que surgen por el impacto negativo que la actividad humana causa en diferentes ambientes como, por ejemplo, el marino.
“Hay muchos casos donde delfines resultan heridos por la navegación de embarcaciones y sus hélices, que también causan heridas en los caparazones de las tortugas”, recalca Paolo Piedrahita.
Sin embargo, al momento no existe un estudio oficial que mida el impacto real del confinamiento sobre los animales y el retorno progresivo a las actividades.
Retorno a las actividades sin afectar la biodiversidad
El cambio gradual sería una alternativa. Así lo afirma nuestro experto, al ser consultado sobre el regreso a las actividades cotidianas y su impacto en los animales. Explica que esto debe ir acompañado de otras acciones orientadas a la restauración de los ambientes, ya que muchas especies buscaron otros espacios porque los suyos están en degradación.
Esto implica acciones de reforestación. La instalación de corredores biológicos que conecten fragmentos de bosques aislados es otra de las alternativas para que los animales se movilicen libremente. Para la reproducción, hay especies que no encuentran una diversidad genética necesaria para sobrevivir a largo plazo. Se disminuye su sistema inmunológico haciéndolos propensos a enfermedades.
También existen corredores biológicos marinos, donde se pueden unir ciertas reservas y delimitar áreas de protección, restringiendo el acceso de barcos.
Las mascarillas y la contaminación
Aunque aún no existen estudios que muestren resultados del efecto de las mascarillas en el medio ambiente; al igual que las fundas plásticas, podrían tener un impacto negativo a largo plazo. Son un nuevo elemento que se incorpora a la larga lista de contaminantes, sobre todo para el mar. Estudios recientes estiman que se usan cerca de 129 mil millones de mascarillas cada mes en el mundo.
El biólogo de la FCV, Gustavo Domínguez, advierte que el principal problema radica en que no existe una adecuada gestión de desechos. “En época de lluvia, sobre todo, la basura que no es recogida y se desecha en quebradas y basureros abiertos va al mar. Mientras no se mejoren las condiciones de manejo de residuos sólidos, seguiremos observando basura”, opina el especialista.
Gustavo Domínguez explica que las mascarillas desechables, al igual que con cualquier otro plástico, tienen fibras de poliestireno; el mismo material que se utiliza en las tarrinas para alimentos. “Si quedan expuestas a los rayos del sol, las mascarillas se van a ir fragmentando y al descomponerse producen micro plásticos y nano plásticos. Al ser tan pequeños pueden ser inhalados y causar problemas en el aparato respiratorio”.
Si llegan al mar, la fauna acuática puede enredarse y morir por ahorcamiento e, incluso, ingerirlas al confundirlas con alimentos por el cambio en su coloración. En los basureros abiertos, animales sin hogar que se alimentan de desechos también se ven afectados.
Pese a que no existe un protocolo e indicaciones claras para el desecho de mascarillas, lo que el experto recomienda es tratarlas de manera diferente y no mezclaras con la basura común; sino colocarlas en fundas bien cerradas para evitar que por efecto de las lluvias y viento terminen en las playas.
A pesar de esfuerzos realizados por múltiples organizaciones globales medioambientales, según la Organización de Naciones Unidas se estima que alrededor de un millón de especies animales y vegetales se encuentran en peligro de extinción. Realidad que reafirma la necesidad urgente de un compromiso entre las autoridades y la sociedad en general, un acuerdo como sociedad, como habitantes de la única Tierra que tenemos, para frenar acciones que afecten al ecosistema de nuestro planeta.
La Tierra nos está hablando y nuestro compromiso como habitantes es poner atención, escucharla y trabajar por su sostenibilidad desde nuestras respectivas áreas.
Imágenes: Juan Ramón Jurado, María Gabriela Agurto y archivo ESPOL.